domingo, 5 de diciembre de 2010

Le acarició la barbilla y volvió a llorar.

Le acarició la barbilla y volvió a llorar. Estaba partida en dos. En diez. En mil pedacitos. Pero ¿Qué podía hacer? Tenía que salir. Sabía que tarde o temprano tenía que salir. Las manos le pesaban, iba a ser imposible dejar de acariciarlo. Y las piernas le pesaban, iba a ser imposible levantarse. Y los ojos le pesaban, y qué fácil parecía el sueño.

Le acarició la barbilla y volvió a llorar. ¿Por qué ese lugar le era tan seguro y confortable? Se acurrucó y estremeció. Y tembló al acariciarlo, pero no paró. Era como un acto reflejo, lo único que la mantenía traquila, con los pies sobre la tierra. Lo miraba y lo acariciaba. Lo buscaba, lo necesitaba, la atrapaba.

Le acarició la barbilla y volvió a llorar. Ya había pasado un buen tiempo y ella no podía hacer otra cosa mpas que seguir haciéndolo. Él inmutable. Ella se quebró una vez más. Esta vez sabía que no lo iba a poder soportar.

-Yo no voy a levantar tus pedacitos. Ni voy a rehacer tu rompecabezas. Ni voy a secarte las lágrimas. Ni voy a necesitarte. Ni voy a buscarte. Ni voy a quererte. Sólo voy a permanecer callado, hasta que te des cuenta que en realidad no son tus piernas las que te pesan.

Dijo él (o no).
Ella le acarició la barbilla y volvió a llorar.

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