domingo, 13 de marzo de 2011

Maricona

Miedo. Qué cosa curiosa el miedo.
Hoy no tengo miedo de quedarme sola, como lo tuve alguna vez. No tengo miedo de despertarme un día y no tener nada. O peor: darme cuenta de que no tengo nada. No, no se por qué (o si se por qué) (por suerte) ya no lo tengo. Se esfumó. Se desvaneció.
Tampoco tengo miedo (demasiado) a engordar como un globo, como un oso panda, como una bola de grasa, como un chanchito donde se ponen los ahorros, viste? No. Qué se yo, ya no me preocupa tanto. O sea, si, me preocupa. Pero puedo vivir así. Porque ya no le tengo miedo.
Menos que menos a las materias. Aunque me haga la boluda y me asuste química, y olázar, y los alquinos alquenos alcumus (no me acuerdo cómo me dijiste que se llamaban los últimos...), y los tepés, y los tiempos, las obligaciones. Son unos nenes de pecho comparados conmigo.
Porque yo soy omnipotente.
Ah re.
No, de verdad.
Creo que pueden pasar dos cosas
1) Que me proponga ser omnipotente y no me salga. Pero en el camino hacia esa utopía realice cosas inhumanas y loables
2) Que me proponga ser omnipotente y no me salga. Y que muera en el intento.
De cualquier manera voy a tratar de ser omnipotente, este año.
No sé qué se me dió por escribir al estilo diario íntimo. Parece un diario íntimo? Perdón entonces, ínfimos lectores. No se que me pasa.
Tengo miedo de estar cambiando.
Uy, bancá.
Tengo miedo.
No soy omnipotente.
Mierda.

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