miércoles, 10 de noviembre de 2010

Patarriba

Por la punta de aquel edificio, iba cayendo una jovencita. Gritaba tan fuerte como era capaz: ¡No quiero morirme tan chiquita!

A decir verdad no mucha gente se quedaba contemplando el triste escenario. No había caso. La jovencita se iba a estrellar, porque ya estaba cayendo.

Gritaba y gritaba. Nadie entendía del todo por qué. ¿Qúería llamar la atención? ¿Pretendía salvarse? Los segundos pasaban, y ya estaba cayendo.
¡No me quiero morir tan chiquita!

La gente ocupada seguía caminando. Y los gritos más que desgarrar molestaban, que se estrelle de una vez, que deje de gritar.

Yo observaba junto a un arbolito, y yo sentí también cuando lo que les cuento empezó a pasar: el mundo entero se dio vuelta, la fuerza de gravedad enloqueció, algo que nadie preveía patarriba nos dejó.

Y no solo eso, ¡Nosotros también empezamos a caer! La chiquita atónita nolo podía creer. Caímos y caímos hasta que la alcanzamos y junto a ella una veganza extraña eternamente pagamos.

De vez en cuando se me da por rimar. Divertido vicio, vicio sano en todo este mal. Cayendo hay que encontrar una forma de entretenerse, todo es efímero. Algunos siguen gritando ¡No me quiero morir! pensando en el final. Otros callamos y nos cansamos de esperar.
Pero la niñita baila y llora, se enoja el ríe. La jovencita es de nosotros la que más vive.

2 comentarios:

  1. es tan bonito lo que escribís. sos genial ire.

    ResponderEliminar
  2. Absurdo, pero está bueno, che. Sacá esa repetición de "yo" ahí en el medio que molesta la lectura, si es que aceptás esta crítica tonta. Saludos, Darío. Otro día van críticas piolas, si es que se aceptan!

    ResponderEliminar